21 junio 2010

Adéus José...


Siempre se van los mejores es un tópico para funerales y homenajes. Quizá porque a los malos nadie quiere recordarlos. Desgraciadamente, esta semana nos dejó uno de los buenos.

Conocí a Saramago en Todos los Nombres, cuando éste cayó por azar en mis manos durante mi primer Camino de Santiago, aquella primera aventura juvenil, lejos de la protección paterna, na terra das meigas.

Resulta fascinante como nuestra percepción cambia con el tiempo, pues de aquella primera lectura recuerdo especialmente la tristeza de Don José, de su vida, de su soledad, y también la frialdad del Registro Civil, tan gris, donde las personas quedan reducidas a unas pocas líneas en la inmensidad de fichas que amarillean en el Registro. Y cada vida acaba siendo un papel feúcho, anónimo, perdido en una infinidad de estanterías.

Me llevo algunos años darme cuenta de que, en realidad, Todos los Nombres era una historia de amor. Pues aunque no se diga, aunque ni él mismo lo sepa, es un arrebato romántico lo que lleva a Don José a buscar a la mujer desconocida, a intentar reconstruir, como si de un rompecabezas se tratara, la historia de esa chica, a rehacer una vida desde las migajas esparcidas en un montón de archivos.

Aunque para el joven altivo que era, lo que más me impactó entonces fue su razonamiento sobre el absurdo de las acciones humanas. Una vieja idea que John Lennon o Camus exponen con más gancho, pero que yo leí primero en Saramago:

La decisión de José apareció dos días después. En general no se dice que una decisión nos aparece, las personas son tan celosas de su identidad, por vaga que sea, y de su autoridad, por poca que tengan, que prefieren dar a entender que reflexionaron antes de dar el último paso, que ponderaron los pros y los contras, que sopesaron las posibilidades y las alternativas, y que, al cabo de un intenso trabajo mental, tomaron finalmente la decisión. Hay que decir que estas cosas nunca ocurren así.

[...]

En rigor, no tomamos decisiones, son las decisiones las que nos toman a nosotros. La prueba la encontramos en que nos pasamos la vida ejecutando los más diversos actos sin que cada uno vaya precedido de reflexión, de valoración, de cálculo, al final del cual, y sólo entonces, nos declararíamos en condiciones de decidir si iremos a almorzar, a comprar el periódico o a buscar a la mujer desconocida.



La gracia, supongo, está en disfrutar del viaje... Adéus José, descansa em paz.





The good ones always go too soon¨ is a typical reference in burials or homages. Surely it is because nobody wants to remember the bad guys. Unfortunately, one of the best ones left us last week.

I first met Saramago in All the Names, when the book showed up almost by chance during my first Camino de Santiago, that first youth trip, far away from paternal protection, in the witches’ land [actually, that’s the name given to Galiza].

It is amazing to see how our perception evolves with time. From that first reading, what I remember most is the sadness of Don Jose, the loneliness in his life, and also the coldness of the Civil Register, so grey, where the people were reduced to few lines in the vast enormity of records vanishing in the Register. And every life ends up being a dusty ugly paper, completely anonymous, lost in an infinity of shelves.

It took me several years to realize that All the Names was actually a love story. Because although it is never stated, even though he himself didn’t know it, it is a fit of romance that leads Don Jose to look for the unknown woman, to try to rebuild, like a puzzle, the girl’s story, to remake a life from the ashes spread over lots of papers.

However, as for the haughty youth that I was, what deeply stunned me was the reasoning about the absurdity of human actions: a pretty old idea more popular in John Lennon or Camus’s words. Only that I first heard from it through Saramago:

Senhor José's decision appeared two days later. Generally speaking, we don't talk about a decision appearing to us, people guard both their identity, however vague it might be, and their authority, what little they may have, and prefer to give the impression that they reflected deeply before taking the final step, that they pondered the pros and cons, that they weighed up the possibilities and the alternatives, and that, after intense mental effort, they finally made a decision. It has to be said that things never happen like that.

[…]

Strictly speaking, we do not make decisions, decisions make us. The proof can be found in the fact that, though life leads us to carry out the most diverse actions one after the other, we do not preclude each one with a period of reflection, evaluation and calculation, and only then declare ourselves able to decide if we will go out to lunch or buy a newspaper or look for the unknown woman.


I suppose the secret lies in enjoying the trip…Adéus José, descansa em paz.

6 comentarios:

Miquel Duran-Frigola dijo...

bon text, de nou. bon homenatge

m'agrada el pretèrit imperfecte que precedeix aquest "joven altivo".

Atena dijo...

R.I.P. Saramago.

A més, estic quasi segura que te'l vaig regalar jo, aquest !

Anónimo dijo...

Thanks for writing it in English too, buddy! It is difficult to follow you when you write in Spanish ;)

Anónimo dijo...

Yupi

Marcel dijo...

...

sense circumstancies no hi haurien decisions ...

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo

...

oi dijo...

Qué verdad tan grande!. Estamos orgullosos de las decisiones que un dia tomamos y nos cambiaron la vida, nos hicieron sentirnos diferentes, importantes,capaces....Estamos tambien decepcionados por aquellas otras que erramos, en las que no supimos valorar y que también nos cambiaron; pero cuántas otras nos tomaron al asalto?.Porque desde el mismo instante en que no tomamos la decisión y nos dejamos llevar ya hemos decidido:la decisión es no decidir.
Adeus Saramago, adeus al hombre que supo decidir